lunes, 10 de septiembre de 2012

1001 Miglia Italia


A las seis de la tarde del día 16 de agosto la organización de la etapa “Mil y una millas Italia” prepara “la fiesta de la pasta”, es decir, una cena basada única y exclusivamente en pasta. Por suerte, estamos en el país de la pasta y esta es de buena calidad. En esta primera cena, nos vamos familiarizando con esta masa hecha prácticamente de harina que, prevemos nos va a acompañar durante toda esta dura prueba. Día y noche.
Cuando estamos colocados en la parrilla de salida, la emoción se apodera de nosotros. Esperamos con ansia que llegue nuestra hora de partir, matando el tiempo haciendo fotos. En ese momento, Paski se da cuenta de que no tiene batería en la cámara y de que no ha traído el cargador. Primer incidente.
Por fin llega la hora y salimos a las nueve de la tarde en el segundo grupo. La velocidad de la marcha es sorprendente. No da la impresión de que vayamos a hacer la randoneer más larga de Europa.
El primer control nos espera a 102 kilómetros. Nos quedan tres horas hasta llegar. Yo estoy preocupado por el fuerte ritmo pero Paski me bocea seguro de sí mismo, “Hay que aprovechar el llano y los grupos”. Le hago caso.
En la salida del primer control tiene lugar la segunda incidencia. Los cuatro ciclistas del País Vasco vamos juntos entra la multitud del grupo cuando, al llegar a una rotonda, el G.P.S. nos advierte de que nos hemos desviado de la ruta marcada. Nosotros y otros tres ciclistas más decidimos dar la vuelta y seguir el recorrido que marca el navegador.
Las carreteras están mal asfaltadas y los baches inundan su superficie. En uno de esos boquetes, mi rueda se clava, la suspensión falla y el impacto hace que mi foco se suelte y caiga a una acequia. Son las dos de la madrugada. Mi única iluminación es un pequeño foco de reserva. Decido buscar el foco perdido. Pero mi supervivencia me hace pensar; no tengo G.P.S. y  es posible que no encuentre el foco, es decir, que me quede más perdido y solo que Robinson Crusoe. Mi supervivencia actúa por mí, “Que le den al foco”. Me subo a la bici y salgo a toda pastilla a por el grupo. Llego a un cruce, ¡vaya dilema!. Decido probar suerte y  tiro por uno de los lados por el que al final se ve una luz. La luz procede de una vaquería. Decido pedir auxilio; cojo el teléfono y marco el numero de Paski, antes de oir el primer tono, los nervios me empiezan a ganar la partida. De repente, veo una luz que se aproxima. Me froto los ojos. La luz se acerca cada vez más. ¡Mi salvación!, es Paski con su G.P.S. Cuando se dio cuenta de mi ausencia, volvió a mi rescate. Creo que nunca me  he alegrado tanto de verle.
Llegamos al segundo control. Allí la organización “hace alarde de su generosidad”; una botella de agua caliente y un bollo más seco que la mojama. Además, nos indican que la fontana más cercana está a unos 200 metros. Decidimos ir a beber y llenar los bidones.
Aquí estamos, el Paski, yo y un polaco que se ha unido a nosotros para compartir un tramo de esta aventura. El tipo resulta peculiar: no usa calas y tiene una barriga cervecera más propia de un alemán que de un polaco. Pero ahí estaba él, bueno, ahí y en todas partes porque aparecía en todos los sitios…
Sellamos el tercer y cuarto control sin incidencias, aunque yo sigo discrepando con la velocidad: me parece exagerada. Llevamos 400 kilómetros a una media de 29 km/h.
Decidimos llegar hasta el  quinto control: 95 kilómetros en los que hay un puerto. En este, los dos vitorianos pasamos malos momentos por el calor sofocante y la falta de agua. Las fuentes en Italia son muy escasas por lo que bebemos de todas las que nos encontramos. Después de beber de algunas fuentes tengo molestias en el estomago. Estoy seguro de que es debido a que la mayoría emanan agua no potable. Y es que los italianos no beben agua del grifo debido a la alta contaminación de esta. En este país toda el agua que se bebe está embotellada. Es más, en alguna ocasión que nos hemos parado a pedir agua en alguna casa particular, nos han dado agua envasada.
Antes de llegar al quinto control, otro bache traicionero se la juega a Paski; el rebote de la bici hace que el navegador de este pierda la pantalla. Esto es un problema muy serio pues sin un G.P.S. es imposible encontrar el camino.
Olvidándonos por unos instantes de ese problema, conseguimos llegar hasta el quinto control. Aquí, decidimos dormir en el polideportivo, no sin antes solucionar el problema con el navegador. Tras intentarlo varias veces, nos damos por vencidos; es imposible arreglarlo. Nuestra única opción es levantarnos a las dos de la madrugada y esperar que algún ciclista se ofrezca a acompañarnos.
Salen tres rusos. Les explicamos, “nuestro G.P.S. kaput”, y les indicamos que nos gustaría ir con ellos. Ellos asienten… aunque no sé si entienden bien el mensaje porque al primer puerto nos dejan tirados en la mitad. Se paran, se quitan algo de ropa y se tumban a descansar.
Intentando comprender la situación, vemos aparecer a otro ciclista. No lo dudamos y vamos a por él. Y así hasta coronar el puerto donde paramos para ponernos ropa (al bajar la temperatura desciende considerablemente) y hablar un poco con el ciclista al que acabábamos de invadir. El tipo, que se presenta como Bernal con acento francés, nos invita a seguir la ruta con él después de explicarle nuestra situación.
Comenzamos el descenso del puerto. Bernal, en cabeza, abre paso, le sigo yo y Paski cierra la cola. Son cerca de las cuatro de la madrugada y la oscuridad inundaba todo (motivo por el cual yo, que iba sin luz, iba en medio). De pronto, noto que la bici del gabacho empieza a balancearse de forma extraña. Asustado, intento alertar a Paski. Le chillo pero este no contesta. Soy consciente de la situación… mis dos compañeros se están quedando dormidos.
Por suerte, todo se queda en una pequeña anécdota y según llegamos al primer pueblo nos tiramos en un parque a dormir una hora.
Tras subir el segundo puerto, llegamos a un monasterio en donde está el control. Ahí, sellamos y cenamos como frailes con jamón, chorizo, queso y agua, vino y café para regar la comida (creo que nunca he estado tan cerca del cielo).

Al terminal el día, Bernal sigue con nosotros. A pesar de sus 66 años, tiene un cuerpo espectacular. Además, (todavía no sé cómo) consiguió arreglarnos el G.P.S. con lo que nos devolvió nuestra independencia. Esa noche, los tres, decidimos dormir al aire libre y aprovechar la buena temperatura. Bernal, por su parte, nos advierte de que el reanudará la marcha en una hora. Nosotros, tomamos un poco más te precaución y dormir cuatro horas, por lo que nuestro amigo francés retoma su marcha en solitario.
Al día siguiente Paki y yo pedaleamos solos y con ganas. Gracias a ello, adelantamos a unos cuarenta corredores.
Comparando con esta última, la etapa que comenzaba ahora era especialmente dura. Nosotros, para colmo, nos confundimos y subimos cuatro kilómetros con un desnivel bestial. De hecho, el pavimento de cemento, tenía ranuras horizontales.
Al llegar al control nos encontramos con Bernal. Le proponemos que nos acompañe, pero el hombre ya está tocado y prefiere ir a su ritmo.
Llegamos a Siena y para nuestro asombro, cruzamos la ciudad por todo el centro. Es domingo, doce y media de la noche y no hay apenas gente ni por la plaza principal ni por el casco antiguo. Cuando salimos de la urbe, hacemos otros treinta kilómetros hasta que en pleno campo encontramos el sitio perfecto para descansar cuatro horitas.
Amanece en Italia. Paski y yo recogemos los bártulos y desayunamos. El control está cerrado pero, afortunadamente, el ticket del desayuno nos sirve de prueba para certificar que hemos pasado por ahí.  
Cuando terminamos la etapa, decidimos dormir durante el mediodía ya que el calor sofocante, que eleva el mercurio muy por encima de los cuarenta grados, hace imposible andar en bici. Son las siete de la tarde. Entramos a un bar y Paski consigue que nos sirvan dos huevos fritos con jamón y una botella de vino de la cual yo no disfruto mucho pues está a temperatura ambiente, pero del ambiente del bar, es decir, 30 grados.
Seguimos la etapa con un pequeño grupo de Italianos, entre los que se encuentra Marco que lleva una silla reclinada (creo que es el único que participa con este tipo de bicicleta).

Por fin, llegamos a la etapa más fuerte; la de montaña. Desnivel: 1913 metros. Al comenzar, por un motivo que no llegamos a entender, el navegador nos manda a Paski, Masrco y servidor, por unas carreteras de montaña que, debido a los exagerados desniveles, hace al italiano poner el pie en el suelo más de una vez. Ya en la cima, preguntamos a una señora que se encontraba por allí. La buena mujer nos advierte de que vamos mal ya que por donde hemos subido solo pueden subir cabras. En fin. Por lo menos le desmentimos la teoría a la señora. Vuelta a atrás por el mismo sitio hasta el punto de partida inicial.  
Al llegar al principio de la etapa. Nos encontramos un poco desorientados. Por suerte, apareció nuestra salvación, ¡el polaco!. Todos le seguimos.
Poco más tarde, Paski me dice que tiene mucho sueño. Le comentamos la situación a Marcos para que el siga adelante con otro grupo mientras nosotros nos paramos a descansar quince minutos. Tras ese pequeño paréntesis, comenzamos a subir un puerto. Al poco, me doy cuenta de que algo no va bien. Paski se queda atrás, no sube bien. Paramos en medio del puerto y mi compañero “tira” de turrón mientras reposa en el suelo. Poco a poco retomamos la marcha y conseguimos hacer cumbre.
Cuando llegamos a un pueblo decidimos dormir un par de horas en el banco de la puerta de la iglesia. A ver si Paski se recupera del todo.
La comida y el reposo hacen efecto y  al amanecer salimos los dos como un tiro. Paski jura como un condenado y amenaza con matar al G.P.S. No hay duda: está totalmente recuperado. Tenemos ganas de acabar la etapa de montaña. Después de esta, solo quedan dos para llegar a la meta y estas últimas, se supone, son llanas.
La penúltima es de 55 kilómetros durante los cuales tenemos la grata compañía de Marcos. Vamos a una media de 30 kilómetros por hora hasta llegar a la ciudad de Fausto (Coppi).
Por fin, la última etapa. La guinda del pastel. 122 kilómetros llanos que a causa del cansancio acumulado durante toda la travesía se nos hacen muy duros. Alcanzamos a un grupo de italianos y decidimos parar con ellos a cenar en un pueblo. Al llegar a la citada villa la gran cantidad de mosquitos que hostigaban a toda aquel ser viviente del pueblo nos hace a Paski y a mi cambiar de idea. Seguimos hasta terminar “Las Mil y una Milias”.
Cuando solo nos faltan 30 kilómetros, los caminos de arrozales y  regadíos y la desorientación nos hacen determinar que un sueño de 15 minutos es necesario para poder terminar vivos esta dura marcha.
Al despertarme, aturdido, vi un brazo que me rodeaba la cara. Me levanté, alarmado hasta que, crédulo, comprendí que era el mío propio.
Es increíble, pero cerrar los ojos un rato te recupera sorprendéntemente. Acto seguido, vislumbramos unas marcas en la carretera. Estas señalan nuestra meta; Nerviano.
Después de 124 horas de viaje, 1650 kilómetros y un total de 73,16 horas pedaleando. Amigos, me enorgullece proclamar que el Sr. Eduardo Pascual y el Sr. Juan Murillo Caballero han realizado con éxito, la pruebas ciclista más duras de Europa; Las Mil y una Milias.



                                                                                                                  Por Juan Murillo

2 comentarios:

  1. Con un par!, bueno dos pares...

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  2. AUPA kampeones lo buestro es andar en bici y lo demas mariconadas

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